Hablemos de adoración
Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. (S. Juan 4:23).
Al escuchar la palabra “adoración” nuestra mente se dirige a pensar en levantar las manos y entonar una canción, sin embargo, anclarnos a esta idea se corresponde con limitarnos a una parte de la adoración que puede o no incluir nuestro diario vivir, y no nos culpo, se ha hecho cotidiano usar términos como “ministerio de adoración” o “momento de adoración” cuando en este caso lo más acertado sería sustituir esta palabra por “alabanza” que hace referencia a lo que podemos hacer para el Señor con nuestros labios; la adoración, en cambio, es lo que podemos hacer con nuestra vida.
Por definición, adoración consiste en rendir culto a quien se considera superior a nosotros. En la Biblia, un término usado para adoración proviene del griego “Proskuneo”, aquí se interpreta como reconocimiento de la grandeza de Dios y exaltación por Su naturaleza divina, o sea, Dios se glorifica a Sí mismo a través de nuestra adoración. Obedeciendo a esto podemos establecer un primer aspecto: eliminar cosas que por alguna razón puedan interferir en nuestro culto a Dios e intentar tomar su lugar (superyó, una relación, objetos inanimados) porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10).
El texto base de este artículo establece dos condiciones en las que se manifiesta la adoración:
- Adorar a Dios en espíritu. Adorar de esta forma depende de nuestra voluntad de morir al pecado, de manifestar en nuestro diario vivir el fruto del espíritu, y de buscar el rostro de Dios para obtener así una relación íntima con Su Espíritu, ya que conectar con Él nos garantiza obtener conocimiento de sus secretos, puesto que “Nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:11), Él en nosotros nos da la certeza de que adoramos a alguien a quien conocemos y vela por nosotros a cada instante.
- Adorar a Dios en verdad. Requiere de una mente centrada en Dios y renovada por la verdad, la Palabra de Dios. Por eso Pablo nos exhorta en Romanos 12:1-2 a “presentar vuestros cuerpos en sacrificio vivo y transformarnos por medio de la renovación de vuestro entendimiento". Su Palabra nos hace conscientes de la Sobrenaturalidad de Dios, del sacrificio de Su Hijo, de Su plan perfecto y de las múltiples cosas que ha estado preparando para nosotros mientras le adoramos.
Él busca adoradores en espíritu y verdad, de esos que no esperan la Santa Cena para pedir perdón por sus ofensas, que aman la santidad y que además de decirlo, su testimonio habla por sí mismo de que adoran en alma, cuerpo y espíritu; que no limitan su adoración a actos litúrgicos sino que buscan la purificación de su corazón al nivel de estar capacitado para ser morada del Espíritu de Dios.
¡No solo hablemos de adoración, vivamos la adoración!
Por: Frency Castro.
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